Las islas de Nueva Zelanda fueron habitadas en un principio por un pueblo originario de Polinesia oriental, posiblemente de la isla de Cook y de Tahití, unos mil años antes de que Tasman llegara a sus costas.
El nombre maorí se cree que data de mediados de 1880, cuando los descendientes de los primeros colonos lo adoptaron para distinguirse de los pakeka o europeos. De acuerdo con la tradición maorí, el descubridor del país fue Kupe, quien primero lo bautizó como Aotearoa o ‘Tierra de la gran nube blanca’. Estos primeros pobladores se concentraron fundamentalmente en las zonas costeras de la isla del Norte, pero sus descendientes pronto emigraron a las dos islas deshabitadas. Cuando Cook visitó la isla, la población de Nueva Zelanda se estimó en torno a los 125.000 habitantes.
Los franceses dirigidos por Marion du Fresne siguieron los pasos de Cook. Los enfrentamientos de Fresne con los maoríes finalizaron en 1772, en una batalla que le ocasionó la muerte, junto con otros veinticuatro seguidores y al menos 300 maoríes.
En los veinte años siguientes, no se conocen asentamientos europeos en Nueva Zelanda, pero a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se reanudaron los contactos. Los europeos, principalmente misioneros y balleneros británicos, fundaron colonias y centros comerciales, sobre todo en las islas de la bahía de la isla del Norte. Aunque hubo cierta oposición, los maoríes aceptaron estas instalaciones, comprobando las ventajas que el intercambio comercial proporcionaba.
La inmigración comenzó de forma sistemática en 1839 y 1840 bajo los auspicios de la Compañía de Nueva Zelanda, fundada en Londres por Edward Gibbon Wakefield.
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